LA DONCELLA DORMIDA DE MALINALCO
Avanzamos a paso contemplativo deleitándonos del fastuoso paisaje de verdes contrates que nos rodea, cubierto en parte por las sombras de la montaña que se extiende por el paisaje, como si la montaña celosa quisiera guardar sus secretos en la intimidad, pero la claridad del cielo interrumpe este capricho, dejándonos ver muchas de las maravillas que modestamente se asoman entre la densidad del bosque.
Un sendero de piedra de reciente hechura nos conduce a través de la cañada, llena de longevos árboles y arbustos de sutiles aromas, fragancias que se esparcen en el entorno penetrando en nuestro sentidos, etéreos perfumes de las flores cautivan nuestros ser, sonidos y silencios que se van alternando con diversos murmullos del bosque, ya sea el crujir de las ramas al desprenderse de los grandes arboles, el aleteo fugaz de la codorniz. o al escuchar en la lontananza el melódico canto del las aves, armonía indisoluble de la naturaleza y del ser humano.
Sin lugar a dudas, nos detendríamos a cada paso para observar minuciosamente nuestro espacio, pero nos interesaba llegar al fondo de la cañada para comprobar si en este lugar es el recinto de la Doncella Dormida.
Después de unos minutos de caminata nos recibe un impresionante muro de rocas de toba volcánica redondeadas por el viento, monolito de gran altura el cual detiene nuestro andar; agreste y bella formación que se eleva hasta acariciar las nubes que se atreven a aproximarse a su cúspide. Al bajar la vista encontramos, los vestigios de construcciones antiguas elaboradas en esencia para retener el agua del manantial que surge de este lugar, pero en su contexto mítico el manantial es venerado, es un adoratorio al ser que propicia la vida, al dador del néctar sagrado de la tierra, el agua y la lluvia, este ser divinizado, es en esencia, no solo la Lluvia y el Trueno, es Tlaloc, idolatrado desde tiempos lejanos, desde el principio de la cultura olmeca cuando se representaba con el hocico del jaguar, evolucionando hacia las fauces serpentinas en épocas posteriores; jaguar, habitante de montañas y cuevas que dan entrada a las profundidades de la madre tierra y al mítico inframundo, regiones de culto que son presentes hasta nuestros días, en varias comunidades de México.
Al contemplar nuestro entorno nos damos cuenta que tímidamente nos observa la Doncella Dormida, la legendaria Cuetlaxochitl que a despertado de su sueño veraniego y se muestra refulgente, de rubor escarlata, cómplice de mostrar su belleza desde épocas remotas, donde ha compartido su hermosura con los con los tlahuicas del actual Estado de Morelos y con los guerrerenses chontales, así como con Matlatzincas del Valle de Toluca y no se diga con los aguerridos mexicas que dominaron por último estas tierras sagradas de Malinalco.
Al proseguir con nuestros pasos hacia la cumbre, llegamos al centro ceremonial principal, la Casa del Sol Cuauhcalli, labrada sobre la Montaña denominada Texcaltepec, centro ceremonial del primer orden en honor a los guerreros jaguar ocelopilli, y guerreros águila cuauhpilli
Es el instante en que el sol equinoccial se introduce al recinto sagrado, a través de las fauces de la mítica serpiente que muestra sus temidos colmillos y su lengua bífida, símbolo de Tlaltecuhtli, el monstruo de la tierra, en su advocación a Coatlicue, madre de Huitzilopochtli, el colibrí siniestro que se deleita del eztli, la substancia divina de los nectarios de la Cuetlaxochitl, impresionante acontecimiento que nos remite al pretérito en una ceremonia ritual de las ordenes guerreras, las cuales se presentan ante Tonatiuhteotl, el cual envía sus haces lumínicos hacia el interior del recinto despejando las tinieblas que envuelven el Cuauhcalli y así, Cuetlaxochitl, Teyaochihuani, Tonatiuhteotl y se funden en un acto etéreo, simbiosis entre las flores, los guerreros y sus divinidades.
Cuauhtemoc Alejandro de la Peña García