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Los campos morelenses se desbordan de alegría al son de la lluvia estival, reverdecen los montes, los valles y llanuras, brotan los arrozales con sus delicados tallos verde alimonado, atados al fondo de anegadas tierras, meciéndose al ritmo cadencioso del viento, a la distancia los observan los agrestes cañaverales de pubescentes hojas verdes y tallos amarillosos, matizados de dulces y acarameladas emanaciones, en armónica convivencia con la verdiazul milpa mantenedora de los hombres, los hijos del maíz y la madre tierra, en fraternidad constante con las serpenteantes matas de calabaza y frijol. 

Verdines colores invaden todo el territorio, paraíso esmeraldino resguardo de innumerables joyas de la  naturaleza, entre los árboles resaltan los ancestrales  ahuehuetes Taxodium mucronatum, Ten., así como los amatesFicus petiolaris Kunth, Nov. Gen. (Amate amarillo) dispuestos a ofrecerse sus fibras para escribir la historia del mundo, de los bosques de pino y encino habitantes de la montaña conservadores del frescor matinal y sin duda de la ceiba sagrada Ceiba pentandra (L.) Gaertner , presente en el imaginativo de los pueblos vernáculos mesoamericanos.  

Los hombres antiguos sembraban este árbol en medio de las plazas de sus pueblos,

como mostrando que él era el centro de la vida y del mundo.

El estaba en medio de todas las casas, y las protegía, y daba tranquilidad.

Debajo de la ceiba se hacían las fiestas a los huéspedes y se ataban

los amores puros, y allí se llevaban las colmenas para cosechar la miel.

Así es el árbol bueno que hay en el Mayab. 

Cuando vayas por tu camino, mira bien los árboles y escoge.    

Antonio Mediz Bolio

Este último párrafo expuestos es un testimonio de los sentimiento míticos de los pueblos originarios hacia la ceiba en la región del  Mayab, los cuales podemos fácilmente transpolar al universo morelense con el venerado pochote Ceiba pentandra (L.) Gaertner, palabra que proviene del náhuatl pochotl o puchotl, “árbol de algodón”, con designios atribuibles al padre o la madre, jefe, gobernante o protector.

Dentro de este pensamiento conceptual se presenta la ceiba o pochote de Tlayacapan, asentada en el lugar donde cohabitan los hombres en la nariz de la tierra, pueblo ancestral de orígenes olmecas y de integración nahuatl desde la época de la expansión xochimilca, protectores de sus tradiciones y de sus símbolos naturales.

La ceiba o pochote de Tlayacapan es el guardián centenario que  ha estado vigilante por centurias del acontecer cotidiano de los Tlayacapanences, establecido en el axis de la población frente al Tecpan “sobre la piedra”, aposento de los gobernantes, símbolo del poder establecido, ahora convertido en Palacio Municipal, espacio físico del generoso árbol el cual ofrece protección atávica  bajo su sombra a las actividades del Tianquiztli o mercado, como una madre que cuida a sus hijos.

La ceiba o pochote de Tlayacapan, icono natural de la comunidad y símbolo del esplendor mesoamericano se resiste a desaparecer, aunque ahora sufre los avatares de la modernidad y se presenta sin la frondosidad habitual de tiempos pasados, sus ramas secas y pocos brotes dan testimonio del deterioro del cual padece.

No perdamos a los testigos de la historia, a los seres con alma racional como los observaban en la  cosmovisión de los pueblos primigenios, o si no tan solo recodemos:

Pochotl o puchotl

con designios atribuibles al padre o la madre,

 jefe, gobernante o protector.