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La Guarida de los Encantos de la Naturaleza

En un acto libertario nuestra mirada se dirige a lontananza para observar los primeros haz de luz sobre un horizonte que ilumina tímidamente la cordillera del señor Tepoztecatl, dejando percibir el café obscuro de sus acantilados,  matizados de marrón y ocre, salpicados de relucientes tonos del ámbar, arropados del exuberantemente verde esmeralda y jade de la vegetación veraniega, refugio de la niebla que se oculta en las cavernas por momentos y retorna juguetona en movimientos circundantes dejando un halo de roció sobre las flores silvestres, con el regocijo implícito de Ehecatl el dios del viento y del aire, residente permanente de la enigmática montaña.

Esta descripción de las Montañas de Tepoztlán es el preámbulo de un día excepcional que inicia con la premisa de ir en busca de la Flor de Dahlia en Tepoztlan, narrada en la mayoría crónicas que hablan de ella, la cual inicia con la descripciónn de que la Dahlia, es una flor originaria de la región de Cuernavaca y Tepoztlán en el Estado de Morelos, bajo este antecedente nos dirigimos a este ultimo lugar en busca de ella.

Para tal fin iniciábamos una sesión de fotografías en una de las calles empedradas de Tepoztlan, cuando paso una persona a caballo, la cual nos pregunto que si conocíamos el Paraje de los Venaditos, a lo cual contestamos que no; en tanto el señor se retiraba a trote lento sobre la calle empedrada, nos comento que no dejáramos de ir, que era un lugar muy bonito y que nos agradaría.

En el transcurso del almuerzo decidimos cambiar nuestros planes para ir a conocer ese Paraje desconocido para nosotros, nos dirigimos al lugar prontamente, donde grande fue nuestra sorpresa al encontrar al Señor que nos hizo la invitación era el guardián del Paraje, el cual amablemente nos dio la bienvenida y nos hizo la invitación para hacer un recorrido montaña arriba, lo cual aceptamos con mucho entusiasmo.

Bajo una exuberante vegetación nos dirigimos al encuentro de la Flor de Dahlia y de los múltiples acontecimientos que nos guardaba la montaña cuesta arriba, pero no antes de comentar, que la primera experiencia grata fue darle de comer a un venado con nuestra propia mano, que aunque semi-cuativo, no deja de ser un animal silvestre con los peligros que ello representa.

A unos cuantos metros de este Paraje se encuentra la cascada de aguas límpidas y cristalinas que baja del escarpado cerro de las tierras heredadas, Tlalmitepec, sonidos que se esparcen en compañía de diminutas gotas de agua que refrescan el entorno, exclusiva sinfonía que deleita nuestros sentidos.

Después de esta refrescante experiencia iniciamos nuestro recorrido pendiente arriba para conocer el nacimiento del torrente de agua que se precipita desde alturas indeterminadas.

Las maravillas de la naturaleza se presentan a cada paso, como un caleidoscopio que nos muestra diversos paisajes y plantas conocidas de la región como el pochote Ceiba  aesculifolia  (Humb., Bompl. & Kunth) Britton & Baker, que con sus espinas los habitantes de Tepoztlán realizan artesanías; y así al caminar encontramos helechos en una diversidad sorprendente, bromelías, cactáceas, orquídeas  sosteniéndose ferozmente  de los acantilados,  plantas floreciendo en rojo, amarillo, azul, indiscutible jardín que la naturaleza nos provee sin pago alguno, solo el esfuerzo de ir a verlos, y así en el camino, también encontramos las plantas medicinales, toxicas y comestibles como una de hoja en forma redonda, sostenida de  la roca bañada por hilos de agua que discurre entre el musgo, helechos y líquenes, que tiene un delicado sabor a cilantro Heteranthera reniformis Ruiz & Pav., 1798, o en su caso un hongo que se oculta entre la espesura del follaje caído de color naranja intenso una delicia culinaria según nos explica nuestro amigo Don Moisés Hernández, guía de esta aventura inolvidable, encargado del paraje los Venaditos y ante todo guardián de la Montaña, que la preserva, la venera y ante todo la respeta como descendiente de los habitantes primigenios que la reverenciaron desde tiempos inmemorables.

En referencia a los habitantes originarios de estas tierras impregnadas de tradición desde remotos tiempos  tendremos que mencionar indudablemente la pinturas Rupestres que decoran uno de los acantilados del Tlalmitepec, muestra inobjetable de arte  plástico  ancestral, desarrollado desde la prehistoria que representa los símbolos patrimoniales del devenir de la humanidad sobre la tierra como el propio hombre, la montaña, los animales que veneran y los astros divinos.

En camino a la cumbre nos encontramos ante la presencia de la Cueva del Encanto  que para franquearla solo se logra por una estrecha hendidura de entre la roca, la cual cuesta algo de  trabajo traspasarla, en el interior se siente un ambiente enigmático, sin poder precisarlo se puede decir que es una energía que engendra la montaña, es preciso comentar que Don Moisés nos indica que soló podremos estar unos minutos en el interior; sin hacer comentarios salimos al exterior, explicándonos que la petición de salir es por que si permanecíamos más tiempo dentro la montaña, esta se cierra unos centímetros impidiéndonos salir del lugar, lo que ha sucedido algunas otras personas en está cueva y algunas otras similares.

Reanudamos nuestra marcha cuesta arriba, absortos en nuestros pensamientos y dilucidando entre el misticismo de las anécdotas y lo subyugante del panorama, por tal motivo, habíamos dejado a un lado nuestro cometido inicial que era ver las Dahlias en su hábitat en la cordillera Tepozteca y sin embargo ahí estaban presentes, luciendo discretamente sin sus corolas relucientes por no ser aun la época de floración, pero existentes en el ámbito de la montaña compartiendo éxtasis que provoca el territorio ancestral de los Tlahuicas.

Proseguimos nuestro sendero bajo una espesa vegetación que solo nos permitía ver un poco más adelante, y sin decir más, se nos presenta un lugar descampado que nos consentía observar desde las alturas un paraje de ensueño, en todo su esplendor bajo nuestros pies, se presentaba en toda su magnitud el valle de Tepoztlán, como si estuviéramos mirando una de las pinturas del Dr. Atl, en un escenario de magnifica belleza entrelazado con los aromas silvestres que despide la montaña sagrada de nuestros pueblos originarios, nos encontrábamos solos descubriendo un mundo nuevo, y resalto el concepto de nuevo, por que en cada instante el paisaje cambia, una renovación constante de percepciones visuales, que podré decir más correctamente sin equivocarme, que es un eterno movimiento de percepciones sensoriales.

Si al ver el paisaje que se descubría ante nosotros fue impactante, no menos ver una planta llamada Cucharilla, un tipo de Sotol (Dasylirion acrotrichum) en plena inflorescencia, que es explotada irracionalmente, lo que la puede poner en peligro de extinción; ejemplar que orgullosamente nos mostraba nuestro amigo Don Moisés Hernández, que ante todo es una persona respetuosa del entorno en que se encuentra, y por tal motivo, se dirigió a un punto de la cumbre para agradecer a la naturaleza el haberlo recibido, conminándonos hacer el  mismo ritual de agradecimiento, en ese instante se cubrió la montaña con ligera neblina, como un manto protector a la intimidad del suceso, sin lugar a dudas fue una experiencia inolvidable.

Después de esta placentera experiencia proseguimos nuestro camino para ir en busca del nacimiento de la cascada, y así los minutos pasaron rápidamente, entre la charla amena y las anécdotas llegamos al manantial de límpidas y frescas aguas, el recinto sagrado de Tlaloc, que se localiza en las entrañas de la montaña haciendo brotar el agua para beneficio de los seres naturales y así con la reverencia que amerita nos inclinamos a beber agua y de esta manera disfrutamos del néctar que propicia la vida, salido de las entrañas de la tierra, agua virginal, sabores de la montaña, que disfrutamos como si fuera la mejor bebida puesta en nuestra mesa.  Remanso  de agua que brota para seguir su intrépido paso entre la montaña sin impórtale obstáculos,  franqueando las rocas,  abriendo oquedades, llevándose cualquier obstáculo que se le interponga para despeñarse en caída libre hasta estrellarse con la dura roca y esparcir sus sonidos y sus aromas tierra abajo.

El descenso fue una aventura más, sobre un camino ya trillado, pero con experiencias nuevas, partiendo por senderos nuevos en el conocimiento del monte, la naturaleza y de las personas como el Sr. Moisés  Hernández, el guardián no solo del Paraje los Venaditos, sino del entorno que lo rodea, un hombre de espíritu libertario como el de la misma montaña y sin llegar hacer petulante diría que es la propia Montaña.

 

Nos despedimos de Don Moisés con mucho agradecimiento, conocimientos y añoranzas por el día tan inolvidable, dejando atrás el místico Cerro de Tlalmitepec, que seguirá guardando en sus entrañas  inconmensurables experiencias.

Proseguimos nuestro camino dejando a nuestras espaldas la majestosa la montaña que tan gratas experiencia nos proporciono y así seguimos nuestros pasos hacia Tepoztlan  por el antiguo camino a Ocotitlán , no sin antes recordar una de las ultimas crónicas que nos narro Don Moisés acerca del niño aire, que en su esencia, es hijo de Ehecatl – Quetzalcoatl, el propio Tepoztecatl.

En las altas veredas, donde las cumbres comienzan y envueltas con los cúmulos de nubes que han sido testigos de la vida misma, se encuentra una familia, común a simple vista pero que guarda un enigma de tradición.

Un niño, curioso como corresponde, recorre las veredas y caminos en el Tepozteco, pero este niño no es de carne y hueso, es un niño presente, existente ante los elementos de la naturaleza, pero no ante los ojos de la humanidad; es la misma esencia invisible que tiene el aire Ehecatl, lo podemos sentir, sabemos que esta sin poder verlo, un niño aire.

La anécdota continua cuando su madre, cerca del tlecuil se prepara para cocinar sus alimentos y es entonces cuando este niño, el mismo espíritu de Tepoztecatl, expresa Madre, cuando yo muera, entierra mis restos debajo del tlecuil, así cuando la gente te pregunte el por qué de tus lagrimas, podrás decir que es el humo de la leña verde del tlecuil el que te hace llorar.

«Sentimientos de la Montaña»

 

Quauhth

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Cueva del Encanto

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Entre helechos y musgos

 

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Nacimiento de la Cascada

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Cordillera del señor Tepoztecatl

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Odocoileus virginianus, Zimmermann, Venado de ColaBlanca

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Cascada de Bromelias

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Acantilados del Tlalmitepec,

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Guardián del Paraje los Venaditos

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Guardián del Paraje los Venaditos

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Cucharilla, Dasylirion acrotrichum

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Arte Plástico Ancestral,

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Acantilado

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Hermosas manitas de guantes rojos

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Refugio de la Niebla