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Escucha al viento, trae noticias de la montaña

Donde se resguarda el agua, las nubes y la historia

 

El solo observar la zona arqueológica de Chalcatzingo nos induce a pensar de inmediato en un pasado muy remoto, colmado de incógnitas cultamente interpretadas, artistas que transformaron las piedras muertas en seres con expresión manifiesta, bajo la tutela de una cosmovisión armónica e integral con la naturaleza, preponderando el orden social e individual, sin dejar fuera lo espiritual en analogía directa a sus dioses y el universo.

Chalcatzingo, entorno en qué en unísono el tiempo a caminado de la mano del hombre, conformado un visión heterogéneo de tierra fértil, cultura y naturaleza. Insigne origen de un pueblo cuya historia la adosa el viento y la diluye el agua en su paso por la montaña, miles de años de una relación perenne hombre – naturaleza, zona ahora constituida por un mosaico de tierras de cultivos con aun reminiscencias de la selva baja caducifolia muy perturbada, que encuentra su mejor reguardo en la Montaña Sagrada, constituida por los cerros interrelacionados del Delgado y Ancho de pétrea imagen.

Bajo esté panorama excepcional aparecen arrogantes los Amacoztic amates amarillos (Ficus petiolaris, Kunth) dibujando sus resplandecientes contornos sobre las rocas desnudas de los acantilados, aferrándose vehementemente a su existencia, pero no puede permanecer desapercibido el Tlilamatl, amate prieto (Ficus trigonata L.), ciñéndose a la fémina tierra con sus corpulentas raíces en su afán perpetuo de protección a la dadora de vida y muy cercano se encuentra el Iztacamatl amate blanco (Ficus cotinifolia, Kunth), árboles progenitores de la historia escrita en lienzos de papel Amatl, elaboradas con Amatzauhtli, “pulpa de papel”, crónicas gráficas ancestrales desaparecidos por la barbarie conquistadora y redentora.

Dentro de está historia natural compartida con el hombre, tendremos que nombrar a la ciruela mexicana (Spondias purpurea L.), fruto silvestre de agridulce sabor que a deleitado el paladar no solo por sus características individuales, sino además como ingrediente principal de diferentes salsas desde épocas olvidadas en el tiempo, así como de innumerables delicadezas culinarias, uso que se extiende al utilitario en forma de cercas, forrajes y muchas alternativas más que derivan hasta llegar a las cualidades medicinales dentro de la farmacopea tradicional y sin lugar a dudas a su belleza ornamental que nos brinda en el jardín silvestre de la naturaleza o en el mejor de los casos en el espacio de recreación individual.

El solo atisbar a la montaña nos confiere el beneplácito de observar en las alturas a la delicada flor de mayo (Plumeria rubra L. fma. acutifolia (Poiret) Woodson), sostenidas por pequeñas cornisas de roca caliza, silvestres arbustos que en galardonan el agreste paisaje con sus múltiples panículas aromáticas formadas de delicada flores blancas y centros coloreados de amarillo solar que contrastan con sus obscuros tallos de fina estructura y de hojas simples, alargadas y lustrosas, que en su usanza cotidiana es una planta ornamental que no puede dejar a un lado su preponderancia medicinal que se concentra principalmente en curación de heridas y contusiones internas, resaltando que su uso se extiende a más allá de lo expresado . Siendo una Especie originaria de Mesoamérica sus nombres son variados en lengua nativa como el de Saugran (idioma tepehuana, Dgo.); Cacaloxóchitl (l. nahuatl); Sak-Nikte´, (l. maya, Yuc.); Guie-chachi, (l. zapoteca, Oax.), y muchos otros más que quedaran en el tintero para una próxima ocasión, pero sin duda es significativo también referirnos a las alegorías expresadas en torno a está flor como la del poeta anónimo que la define como «fragancia del cielo producida en la tierra» y si esté concepto no nos embelesa nombraremos el pronunciado por Fray Bernardino de Sahagún que la define como una flor que “confortan el corazón con su suave olor”, sin dejar de mencionar que está expresión tiene un dejo de verdad ya que la flor de mayo contiene alcaloides que actúan como estimulantes cardiacos que no han sido bien estudiados hasta el momento. Dejaremos en su escarpado territorio a está encantadora flor y la recodaremos cuando bebemos una espumosa taza de chocolate aromatizada con corolas de Cacaloxochitl.

El sol declina en el horizonte resaltando muchos otros habitantes florísticos del lugar entre los que se encuentran las sobrias cetáceas columnares, las bravías opuntias mostrando sus doradas espinas y aun lado muy cercano se hallan los agaves con sus espinas dispuestas al sacrificio ritual y en disímbola situación se encuentran los helechos que esperan las primera lluvias para abrir sus frondas, lluvia que escurrirá hacia el interior de la tierra para alimentar los cantaros que resguardan el agua en el interior de las cavernas, agua sustentadora de la vida y de la cotidianidad cultural de los pueblos.

En nuestro descenso de la montaña sagrada observamos a la lejanía la pirámide semicircular que resalta en la planicie, símbolo pétreo del hombre primigenio donde se revolea aún el antiguo dios del viento, de está manera dejamos atrás a la mística zona arqueológica de Chalcatzingo cuando precisamente inicia el ocaso del sol, para permitir que en la intimidad de la noche las estrellas se comuniquen en su lenguaje lejano con la montaña.